JUEVES, 27 DE FEB.

Rosario sin secretos: dos tumbas para un solo y gran hombre

El rosarino Vicente Anastasio de Echevarría tuvo su vida signada por grandes acontecimientos, poderosas relaciones y fogosas pasiones. Aquí, el hombre que, huérfano a los 16, tuvo una vida muy intensa, tanto, al punto que hasta el destino le deparó dos tumbas. Una en el cementerio la Recoleta, Buenos Aires, y otra en los muros de nuestra Catedral

 

¿Suena extraño, verdad? Un nombre, un solo hombre, dos tumbas…

Sin embargo, a las pruebas nos remitimos.

Esto nació en un grupo de WhatsApp del 2023 en el que estábamos los que integrábamos la Comisión por los 170 años de Declaratoria de Ciudad, resabios y nostalgias de la creada 20 años atrás por el entonces intendente cuando la ciudad y el país todo estaba prendido fuego y en Rosario se necesitó “algo histórico” para paliar ese infierno (Hermes Juan Binner dixit).

Coincidía el fatídico 2002 con los 150 años del trámite burocrático y largamente pedido que, liderado por el inefable corondino Nicasio Oroño a quien tanto le debemos y que este año celebra (celebraremos) el bicentenario de su nacimiento, logró que el gobernador Crespo y el presidente de la Confederación, Justo José, advirtieran que el Rosario tenía un gran futuro por su estratégica posición geográfica. Era prácticamente el único puerto natural a lo largo del anchuroso Paraná.

El “Restaurador de las Leyes” tenía prohibido el tránsito de naves extranjeras que, entre paréntesis, sólo bajaban a servirse y nutrirse del inmenso y valioso tesoro natural a ambos lados de la costa, mientras potenciaban su espíritu colonizador y avanzada imperialista. De entrar y ganar territorios a la fuerza se trataba.

Todavía no se había fundado el diario La Capital, y a La Confederación de Federico de la Barra le faltaban aún dos años para aparecer, cuando el 3 de agosto de 1852 se firma la apertura para la libre navegación del Paraná.

Ahí las cosas empezaron a cambiar, y no sólo comenzó a circular mercadería sino también se propició, con el tiempo, la llegada del aluvión migratorio que pobló este extenso país, muchos de ellos, nuestros ancestros, los mismos que permitieron que hoy estemos aquí.

En 2002, entonces, se creó una comisión de historiadores, cronistas y difusores del Rosario, a fin de organizar diversos eventos. Comisión que resucitó 20 años después, en 2023, para el mismo fin. Muchos de sus integrantes ya no estaban en este plano, pero otros convocaron a nuevas fuerzas y se armaron lindas actividades.

Entre ellas hay que destacar el maravilloso encuentro en el Monumento a la Bandera de Bandas Militares y Civiles realizado el 24 de septiembre (quiso la Providencia coincidiera con el aniversario de la imprescindible gloria de Manuel Belgrano en la Batalla de Tucumán, aquella épica clave que frenó el avance realista y consolidó la Revolución de Mayo), capitaneado por el movedizo doctor Miguel Milano.

El impresionante encuentro nacional de Bandas en el Monumento a la Bandera, en 2023

 

Justamente, fue el mismo Milano quien en el grupo de WhatsApp manifestó su sorpresa por haber hallado en el cementerio de La Recoleta, en Buenos Aires, un panteón con el nombre de quien hoy se cumplen 256 años de su nacimiento: Vicente Anastasio Echevarría.
Acompañamos la foto que él mismo tomó para rubricar sus dichos.

En La Recoleta un panteón recuerda el nombre del hombre que yace en Rosario

«Documento mata relato», diría Juan Álvarez y negó la existencia del vasco Francisco de Godoi que llegó al Rosario en 1725 y formó el primer núcleo de habitantes que da origen al actual Tricentenario, con su familia y en pacífica armonía con aborígenes calchaquíes ya convertidos al cristianismo por jesuitas, antes de que fueran expulsados y reemplazados por franciscanos.

«!Bolazo!», habría titulado Wladimir Mikilievich al leer a Álvarez, pero «Miki» hubo uno solo.

Ese primer cronista del Rosario, Pedro Tuella (ayer hablamos de la calle donde está el Club Sportivo Náutico Avellaneda que cumplió 94 años) había recabado esa información de personas que vivieron esas circunstancias y lo publicó en el diario con un nombre larguísimo del que era único suscriptor y una especie de corresponsal ilustrado.

Resulta que, el cronista en cuestión es, exactamente, el padre putativo de la hermana menor de Vicente Anastasio, María Catalina, 14 años menor que él cuando sus padres, el vizcaíno Fermín de Echevarría y la rosarina Tomasa Acevedo, hija del Maestre de Campo Pedro Pascual de Acevedo, murieron en un accidente, dejándolos huérfanos.

María Catalina, con sólo dos añitos, fue adoptada por Ana Nicolasa Costey y su esposo, el aragonés Pedro Tuella, y pasó a vivir a un lugar por calle Córdoba (no donde el cartel turístico dice que fue, el actual liceo Avellaneda y antes el Gran Hotel de France et d’Englaterre, que perdió uno de sus pisos en la sombra de la historia), frente al lugar donde Belgrano creó la Bandera. Ya crecida y casada en 1810 con quien luego fue alcalde de la Santa Hermandad, el sanlorencino Manuel Vidal, el prócer le encargaría la confección del paño enarbolado (elevada en un árbol, no existían los mástiles, entonces) de la celeste y blanca que nos hizo Cuna de la Bandera.

El Grand Hotel de France et d’Englaterre, antes de perder su tercer y último piso

Su hermano Juan volvió a Pergamino, a casa de algún otro pariente y Vicente encontró refugio en lo de su tío y mecenas José de Echevarría y Madina, familia porteña de alta alcurnia en la que encontró todo, absolutamente todo, hasta el amor de su vida, María Antonina, su prima hermana, con quién se casó, pese a la tozuda negativa de su tío y padre de la novia (tuvieron que esperar que muriera para que el obispo Benito Lué y Riega lo dispensara y pudieran hacerlo cuando él tenía 34 y ella 17 años. ¡Tuvieron una docena de hijos!).

Con este eclesiástico también compartió el Cabildo Abierto del 22 de Mayo de 1810, siendo el único rosarino en participar del cónclave.
Su tío era nada menos que Escribano de la Real Casa de la Moneda de Buenos Ayres, un hombre muy poderoso y extremadamente rico que lo hizo estudiar en el Colegio Real San Carlos, donde se instruían los hijos de las personalidades más importantes, y luego lo envió a la Universidad de Chuquisaca para que fuera sacerdote. Sueño que no llegó a ver cumplido, porque Vicente permutó la sotana por la toga y se recibió de abogado.

Después todos fueron logros y laureles y participó de todo lo que pudo. Las invasiones inglesas, se encargó de transportar un cañón desde San Nicolás a Buenos Aires para la emancipación, fue conjuez de la Cámara de Apelaciones, acompañó a Belgrano al Paraguay a firmar un tratado de Paz que en realidad fue un acuerdo comercial; fue consejero de Estado, armó buques corsarios para aprovisionar armas y municiones a embarcaciones de guerra, y también el mismísimo bergantín La Argentina que capitaneaba Hipólito Bouchard, y con el que daría la vuelta al mundo llevando en alto la Bandera argentina por los cinco continentes.

La Argentina y el Halcón, circunnavegando el mundo para gritar: Libertad! Libertad! Libertad!

El periplo con la celeste y blanca, libre y liberadora, recorrió Madagascar, India, Océano Índico, Filipinas, Borneo, Java, Macasar, las islas Célebes, el archipiélago de la Sonda, siempre con el lábaro argentino al tope. Haití fue el primero en reconocer la independencia argentina. ¿Lo sabrán todos los haitianos que llegaron a Rosario para vender en sus calles?

A su vejez, llegó a los 89 años, fue uno de los fundadores del Instituto Histórico y Geográfico en 1854. Allí depositó todo su archivo del que se hizo cargo Bartolomé Mitre, y de dónde quien figuraba en los desaparecidos billetes de dos pesos (¿recuerda cuando comprábamos todo x 2$?) tomó información para escribir sobre la vida del amigo de Echevarría, Manuel Belgrano.

Hoy el Instituto se convirtió en un museo, el Mitre. Es una de las casonas más antiguas en pie de Buenos Aires y está en San Martín 336. Allí vivió Bartolomé, y su imagen aparecía al reverso de ese billete de 2 pesos que alguna vez tuvo valor.

A pesar de haber muerto en 1857, recién en 1928 la cañonera Paraná trasladó los restos de Echevarría hasta nuestra ciudad para ser sepultados en una de las paredes de la Catedral.

La misma que conserva la placa que recuerda a “La Argentina” de entonces.

Sólo dos cuadras, en una cortada, lo recuerdan por ordenanza de 1928, a la altura de San Lorenzo al 4800.

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