SáBADO, 30 DE NOV

El amor en tiempos de Organización Nacional

Ella era una aristócrata de la selecta sociedad porteña; el, un cura de la conservadora iglesia pos colonial. Nada podía salir bien. La suerte estaba echada desde el mismo momento en que se conocieron. Sin embargo, y a sabiendas de los riesgos, Camila O’Gorman y Ladislao Gutiérrez se dejaron llevar.

Por Fabio Montero

La escena es infortuna, salvo por algunos detalles. Una servilleta de papel con un beso en Rouge y unas flores que resisten el tiempo sobresalen en aquel mausoleo en ruinas. Todo está en escombros. Todo es desidia y desolación. Marcas indelebles del paso del tiempo y de la desafectación amorosa de los que nos sobreviven con la obligación del recuerdo.

Todo es indiferencia salvo por un obituario en un diario que, con evocaciones en tinta negra, recuerda aquella tarde infausta. La tarde de aquel 18 de agosto de 1848.

Víctimas de un amor secreto, que a veces es la única manera en la que se define el amor, y una historia fuera de tiempo, los apasionados murieron bajo las balas de un pelotón rojo punzó.

Algunos dicen que Rosas nunca quiso dar la orden, que estuvo cerca de conmutar la pena, que se conformaba con el destierro; otros dicen que el hecho no se habría producido a no ser por la firme convicción de un castigo ejemplar. Lo cierto es que los sucesos no hicieron más que deteriorar su gobierno y mucho peor su imagen. No es para menos, nadie que mate la pasión resiste el menosprecio.

Ella era una aristócrata de la selecta sociedad porteña; el, un cura de la conservadora iglesia pos colonial. Nada podía salir bien. La suerte estaba echada desde el mismo momento en que se conocieron. Sin embargo, y a sabiendas de los riesgos, Camila O’Gorman y Ladislao Gutiérrez se dejaron llevar.

Perseguidos por el gobierno de Juan Manuel Rosas escaparon al norte del país,  descubiertos por el gobierno de Rosas volvieron a Buenos Aires para cumplir la sentencia. No se resistieron, siempre supieron que los días estaban contados.

Dicen que Manuelita Rosas intercedió por ella, dicen que su padre no quiso, o no pudo escuchar. Ya era demasiado tarde, a veces es demasiado tarde hasta para el amor. Las presiones de la oposición unitaria desde Montevideo y de los propios federales que querían una sentencia virtuosa terminaron por definir la suerte de los enamorados.

Sin embargo, quien más presionó para que el fallo se cumpla en sus desmedidos términos fue la propia familia de Camila; en cuanto a Ladislao, el sacrilegio de un sacerdote conviviendo con una mujer se pagaba muy caro por aquellos tiempos. La ley penal española y la iglesia eran inapelablemente rígidas.

Algunos dicen que Camila estaba embarazada al momento en que las ráfagas atravesaron su cuerpo, la mayoría de los historiadores niega esa posibilidad.

Camila y Ladislao fueron unas de las tantas víctimas de las guerras intestinas que desgarraron a nuestro país luego de la Revolución de Mayo. Tiempos en que ni el amor escapaba a una nación de sangre y fuego. Seguramente, muchos enamorados sin historia oficial también ofrendaron sus cuerpos milicianos en esas tierras de apellidos ilustres.

En otro agosto, pero ciento setenta y cinco años después de aquella tarde de 1848, un obituario anónimo en el diario Clarín decía: “O’ Gorman, Camila. Fusilada en Santos Lugares el 18/8/1848 a punto de dar a luz junto al cura Ladislao Gutiérrez por orden de Juan M. de Rosas. Homenaje a una de las tantas víctimas de la tiranía”.

A fin de cuentas de lo que se trata es de resistir al olvido, y en todo caso, siempre habrá personan que se empeñen en recordar a los que ni siquiera conocieron, como aquellas manos anónimas que dejan flores cada año en un mausoleo destruido de Recoleta. Como aquellos labios desconocidos que en una servilleta de papel dejan sus besos de rouge.

A veces el presente no es más que la evocación del pasado, a veces el futuro es la nostalgia de ese recuerdo. Y en ese espacio infinito de tiempo, otros labios y otras flores serán el detalle en un mausoleo en ruinas. A fin y al cabo, el detalle es otra manera de contar la historia.

 

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