SáBADO, 30 DE NOV

Abel Pintos se lució una vez más en el festival más importante de Neuquén

Ante 250 mil personas, el cantante renovó sus lazos con el multitudinario evento, desplegando un gran show que duró aproximadamente 2 horas.

 

La Fiesta de la Confluencia reservó su segunda noche para escuchar músicas alternativas a los carriles centrales del pop y el rock y, en esa dinámica, la presencia de Abel Pintos como figura estelar, quien terminó ovacionado por 250 mil espectadores en Neuquén, cobró toda pertinencia en razón del carácter expansivo y ambiguo que ha adoptado su música.

Tras la explosión de Tan Biónica en la jornada apertura, siempre más proclive al desborde, Pintos es la contracara: en su noche todo es planificado, prolijo, cada elemento está donde debe y en ningún otro lugar. No promueve turbulencias ni arriba ni debajo del escenario. Con un método opuesto al de Tan Biónica, entonces, alcanzó objetivos similares.

Sea todo dicho hasta aquí para algunos como una forma de elogio y para otros un defecto; en cualquier caso, el ámbito en el que se ubicó al cantante, en la noche indie prevista en la grilla del segundo día, no pareció desatinado entre las elecciones posibles. Con un vestuario de brillos y diseñado cual estrella del mundo del espectáculo, Pintos ofreció, como es usual, un concierto extenso, bien ensayado, con una voz cuidada para darle al público exactamente aquella prestación a la que se comprometió.

Atahualpa Yupanqui decía que el cantor se debe parecer a aquello que canta. No hay razones, a esta altura, para poner en entredicho la autenticidad de Pintos que, según se lo oye y se lo ve, se siente cómodo dentro de variantes estilísticas que, al final, abrevan todas en el melodismo y las formas del pop.

Bajo ese código, el cantante, presencia regular en la Fiesta de la Confluencia, inauguró la sesión en la Isla 132 a las 23.22 -ocho minutos antes de lo anunciado, una rareza para un festival, que en ese plano entregó dos jornadas absolutamente ordenadas- con «Sueño dorado».

Su performance, que requiere predisposición a la escucha, fue acompañada por el público, que recibió por contrapartida un show que se extendió durante casi dos y más allá de la una de la madrugada.

La segunda jornada de la Fiesta se inició, mientras se acomodaban los primeros espectadores en el predio de isla 132, con la presencia de NAFTA, una amable dosis de soul en castellano. Las actuaciones de El Mató a un Policía Motorizado, en el atardecer, y la de Conociendo a Rusia, en la primera noche, no pudieron ser más contrastantes. La banda liderada por Santiago Barrionuevo, que ya atravesó las dos décadas de existencia, produjo una faena con la solvencia habitual pero absolutamente retraída del contexto.

Conociendo a Rusia, que viene acelerada por el tren festivalero tras presentarse el sábado en el Cosquín Rock, fue exactamente lo contrario. Capitalizó el espacio, el lugar y el momento. La formación liderada por Mateo Sujatovich, con líricas accesibles pero no elementales, bastoneó la noche a partir del carisma de su frontman y estableció un vínculo estrecho con el público.

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