En su último discurso público, el presidente Mauricio Macri comparó a la economía argentina con una nave que atraviesa una tormenta, pero que avanza de todas formas con un rumbo firme y decidido, demostrando que las analogías y el uso de conceptos importados de otras disciplinas, no son una práctica exclusiva de los economistas.

Durante la misma conferencia, reiteró su convencimiento respecto al destino final al que está conduciendo al país con sus decisiones de política económica. Suena bien: un país con crecimiento económico, exportaciones y generación de empleo.

Como suele ocurrir cuando alguien pretende que los demás hagan o piensen algo que va en contra de su propio interés, el engaño viene recubierto de verdades de fácil aprehensión. En este caso, el gobierno exhibe ejemplos de inversión, fomento de las exportaciones y promesas de generación de empleo, pero generaliza el éxito de algunos sectores particularmente concentrados, ocultando la desgracia que les toca a quienes quedan inexorablemente fuera del grupo de exitosos ganadores.

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En palabras del propio presidente Macri, los argentinos “tenemos futuro, porque con la minería, con la agricultura, con la energía, con la industria automotriz, con los servicios de valor agregado, con el turismo estamos generando trabajo en todo el país”.

Es cierto que el gobierno ha sido consistente y efectivo en beneficiar a determinados sectores con quita de impuestos, aranceles y decisiones de política macroeconómica, pero el presidente omite decir que el empleo y la riqueza que generan estos sectores será suficiente para incorporar al trabajo y la producción al conjunto de los argentinos.

En base a los últimos datos de empleo expuestos por el Ministerio de Trabajo de la Nación, al mes de abril de 2018 (antes del estallido de la crisis), la cantidad de empleos registrados en el país ascendía a 12,3 millones de personas, de las cuales aproximadamente 1 millón corresponden a empleos directos de los sectores que nombró Macri en su discurso. En otras palabras, y siendo generosos, los sectores ganadores del modelo macrista no llegan a insumir el 10% del empleo registrado del país, y por más que crezcan y se desarrollen con el incentivo gubernamental, son sectores capital intensivos, con tendencia a la extranjerización y a la concentración.

La pregunta que surge inmediatamente y que no ningún periodista hizo en la conferencia de prensa es: ¿qué suerte les toca a las empresas y los trabajadores de los sectores que se quedan afuera del modelo neoconservador de Cambiemos?

La extrapolación sin fundamentos de los beneficios del esquema económico montado deliberadamente por Cambiemos es una de las principales falacias sobre las que sostiene la lógica discursiva del oficialismo, pero viene quedando en evidencia con el retroceso del resto de los sectores productivos, el deterioro en la calidad de vida de las grandes mayorías populares y las dudas acerca de su propia viabilidad socioeconómica.

La historia argentina aporta buena experiencia para entender que el crecimiento económico no implica necesariamente desarrollo y bienestar. Por ejemplo, durante los años 1992, 1993 y 1994 la economía argentina creció a un promedio del 8% (muy lejos del magro 2,7% que se registró en el 2017 y que el gobierno exhibe como un gran logro de su gestión), al mismo tiempo que la desocupación creció 5 puntos porcentuales, aumentó la primarización, extranjerización y concentración del aparato productivo y la economía quedó peligrosamente atada a la suerte del capital financiero internacional.

En síntesis, los dichos del presidente pueden ser una buena noticia para un grupo reducido de empresas y personas, pero esconden un final poco feliz para la Patria y en especial para las grandes mayorías populares, cuyo destino está íntimamente ligado al desafío de lograr un aparato productivo e industrial, que demande mano de obra y exporte valor agregado, partiendo del interés nacional y la participación activa, armónica y digna de todos los integrantes de la comunidad.

Esteban Guida- fundacion@pueblosdelsur.org